sábado, 21 de mayo de 2011

Los ingenieros de la magia...

"¿No es cierto que todos conocéis la historia del huevo de Colón? No es necesario, por consiguiente, que os la refiera. El histórico hecho prueba bien a las claras que por regla general no hav nada más difícil que hallar las cosas más sencillas, y eso es lo que sucede con la magia, que si resulta tan inaccesible y trabajosa de comprender (nos referimos a los que tomen su estudio con la seriedad debida), consiste indudablemente en las complicaciones que el estudiante se crea al embrollarse en los comienzos de su trabajo. Entre los que nos leen, pasamos por ser autor muy propicio a usar, y aun a abusar, de las imágenes y comparaciones. Sea ello un defecto o una buena cualidad, confesamos que constituye en nosotros una costumbre inveterada, de la que no pensamos prescindir en esta obra, de la propia manera que tampoco hemos prescindido en las anteriores. Por lo tanto, nada nos parece mejor que dar principio al presente volumen sobre la Magia con una pregunta, quizá algo impertinente. ¿Os habéis fijado en un coche cuando marcha por las calles? ¿Y a qué conduce lo que preguntáis?, nos diréis. Sencillamente a deciros lo que sigue: Si os habéis fijado seriamente. ya estáis en camino de conocer sin demora la Mecánica, la Filosofía, la Fisiología, y sobre todo, la Magia; ved cómo. Si mi pregunta, y más aún la respuesta, os parecen absurdas, consiste no en ellas, sino en vosotros, en que no sabéis mirar. No quiere esto decir que no veáis, sino que no sabéis ver, cosa muy distinta. Estaréis acostumbrados a recibir las sensaciones pasivamente; pero carecéis de la costumbre de razonarlas, de inquirir las relaciones de las cosas, aun las más elementales en apariencia. Sócrates, viendo pasar un día por las calles de Atenas un hombre cargado de leños, vió la artística manera en que iban reunidos. Se aproximó al hombre, se puso a hablarle e hizo de él un Jenofonte. Era que Sócrates veía con su cerebro antes y más que con los ojos. Si queréis dedicaros al estudio de la Magia, comenzad por comprender bien que todo lo que tengáis a vuestro alrededor, que todas las cosas que impresionen a vuestros sentidos físicos, el mundo visible, en suma, carece d valor, si no se lo considera como un conjunto de expresiones de un grosero lenguaje que representa las leyes y las ideas desprendidas de la sensación, cuando haya sido, no sólofilt rada por los órganos que las reciben, sino tambiéndigerid a por el cerebro adonde llegan. Lo que os debe interesar en el hombre, si es que pensáis razonablemente, no son sus ropas, lo exterior de él, sino su carácter, o sea lo interno. El traje, y más que nada el modo de vestirse, pueden, sí, decirnos algo respecto de las condiciones del dueño; pero esos indicios no pasan de ser reflejos p imágenes más o menos fieles de su naturaleza íntima. Los fenómenos físicos que impresionan a nuestros órganos de la percepción, tampoco son otra cosa que meros reflejos y el ropaje que cubre principios muy superiores: LAS IDEAS. El bronce que tengo a la vista, es la envoltura con que el escultor viste, la que el arte le ha inspirado; esta silla contiene del propio modo la material traducción del pensamiento creador de quien la ha construido; y en la naturaleza toda, un árbol, un insecto, una flor, son traducciones en forma material, de un lenguaje ideal en el verdadero sentido de la palabra. Semejante idioma no es comprendido por el sabio, que no se ocupa más que del vestido de las cosas, de los fenómenos, y bastante tiene con esto. Los poetas y las mujeres comprenden mejor el aludido y misterioso lenguaje que cualquier otra persona, y consiste en que las mujeres y los poetas, instintiva-mente, conocen el amor universal. Pronto veremos por, qué la Magia es la ciencia del amor; pero entre tanto, volvamos a nuestro coche. Un carruaje, un caballo y un cochero, abarcan toda Filosofía, toda Magia, siempre que, por supuesto, el vulgar fenómeno sea bien interpretado analógicamentey como ejemplo de saber mirar. ¿Habéis observado cómo si el ser inteligente, el cochero, quiere hacer marchar a su coche sin el auxilio del caballo, el coche no se mueve? No os riáis ni me llaméis Perogrullo antes de oírme; os lo digo, porque precisamente muchas personas se figuran que la Magia es el arte de hacer caminar a los coches sin caballos que de ellos tiren, o sea, expresándonos en un lenguaje de más alta significación, el de actuar sobre la materia por la sola eficacia de la voluntad, y sin ningún agente transmisor o intermediario. Sentado lo que precede, fijémonos bien en que en el ejemplo del coche, el cochero no puede hacer que marche el vehículo sin el concurso de una fuerza motora, que representa el caballo en el caso propuesto. Habréis notado que el caballo es más fuerte que el cochero, lo que no impide que éste, por medio de las riendas, utilice y se enseñoree de la fuerza bruta del animal sujeto a las varas del carruaje. Si habéis observado todas estas cosas, ya sois medio magos, y podremos continuar con confianza nuestros estudios, si bien y ante todo, hemos de traducir vuestras observaciones al lenguaje cerebral. El cochero representa la inteligencia, y, más que nada, la voluntad, lo que gobierna el conjunto, o lo que es lo mismo, el PRINCIPIO DIRECTOR. El coche representa la materia, lo inerte, lo que soporta, o sea el PRINCIPIO MÓVIL.

El caballo significa la fuerza. Obediente al cochero y actuando sobre el coche, el caballo pone en movimiento al conjunto. Es, pues, el PRINCIPIO MOTOR, y al propio tiempo, el intermediario entre el coche. y elcoche ro y el ENLACE que une lo que soporta a lo que gobierna, es decir, la materia a la voluntad. Si comprendéis claramente lo dicho, ya sabéismirar un coche y estáis muy cerca de conocer lo que es la Magia. Ciertamente, que no puede ocultarse a vuestra percepción que toda la importancia del arte de guiar el coche estriba en el de dirigir al caballo, en la manera de evitar sus atranques y sus descarríos, en hacer que produzca el máximo de esfuerzo, en caso dado, en el modo de prepararle y cuidarle para que pueda conllevar una larga carrera, etc. Transportando estos datos de la comparación al terreno positivo de su significado, tendremos, que el cochero es la voluntad humana, el caballo la vida idéntica en sus causas y en sus efectos respecto de todas las cosas inanimadas y que la vida es el INTERMEDIARIO, el ENLACE, sin el que la voluntad no puede actuar sobre la materia, del propio modo que el cochero no actúa sobre el coche si se le priva del caballo. Preguntad al médico lo que ocurre cuando vuestro cerebro no recibe la sangre net;esaria para ejercer sus funciones. Llegado ese instante, la voluntad querrá poner en movimiento al organismo; pero experimentaréis aturdimientos y desmayos que, a poco que continúen, os privarán del sentido. La anemia equivale a la falta de dinamismo en la sangre, y si ese dinamismo, esa fuerza que la sangre aporta a todos los órganos, incluso al cerebral, lo llamamos oxígeno, calor u oxihemoglobina, no se habrá hecho otra cosa que describir su exterior; pero denomínesela fuerza vital y entonces quedará descrita con sus verdaderos caracteres. Ya véis cuán útil es mirar los coches que pasan por la calle: observad cómo el caballo se convierte en la imagen de la sangre, o más bien, de la fuerza vital que actúa en nuestro organismo y fácilmente admitiréis que el coche es la figura de nuestro cuerpo, y el cochero la de nuestra voluntad.

Cuando la cólera nos exalta hasta el punto de perder la cabeza, la sangre sube al cerebro, es decir, desbócase el caballo y ¡pobre del cochero si no tiene los puños firmes! Entonces lo que le conviene es no abandonar las riendas, tirar de ellas con energía, sí fuere necesario, y poco a poco, reducido el animal por estas manifestaciones de poder, recobra la calma. Algo idéntico ocurre en el hombre: su cochero, o sea la voluntad, ha de influir vigorosamente sobre el sentimiento de cólera; las bridas que atan la fuerza vital a la voluntad, deben mantenerse en tensión y el ser recobrará pronto su sangre fría. ¿Qué ha necesitado el cochero para dar buena cuenta de las rebeldías de un ser cinco veces más forzudo que él? Unas tiras de correa lo suficiente-mente largas y un bocado bien puesto; he aquí todo. Más adelante veremos hasta qué punto la fuerza nerviosa, que es el medio de acción de la voluntad sobre el organismo, tiene mucha importancia en los procederes mágicos; pero no anticipemos las cuestiones. ¿Puede llamarse mago al que conoce la constitución del hombre en cuerpo, vida y voluntad? De seguro que eso no basta para serlo. Para ser mago no es suficiente conocer la teoría ni estar enterado de lo que dice tal o cual libro respecto de lo que se haya de hacer; es necesario practicar por sí mismo, como ocurre al cochero que adiestrándose en el manejo de caballos, cada vez más difíciles de dominar, llega a ser maestro en su oficio. Lo que diferencia a la Magia de la Ciencia oculta en general, es que la primera es una ciencia práctica, en tanto que en la segunda predomina el elemento teórico. Pero querer dedicarse a aquélla, sin conocer el ocultismo, equivale a querer dirigir una locomotora sin haber pasado por las enseñanzas de una escuela teórica especial, y excusamos decir lo que sucedería.[...]

La Magia, por el hecho de ser una ciencia práctica, requiere conocimientos teóricos prelimináres, lo propio que sucede en el campo de todas las ciencias de la señalada condición. Pero se puede ser mecánico, por ejemplo, con los estudios efectuados en la Escuela de Artes v Oficios, y entonces el mecánico es ingeniero; y se puede ser mecánico pasando por el aprendizaje del taller, y entonces el mecánico es un obrero. En muchos de nuestros lugares existen obreros de la Magia que producen algunos curiosos fenómenos y cortas curaciones, porque aprendieron a ejecutar unos v otras, viendo cómo procedían los individuos de quienes las imitaron. Llámaseles generalmente brujos, y causan temores a las gentes, bien infundados por cierto. Juntamente con esta clase de operarios existen los investigadores que han estudiado la teoría de los fenómenos producidos. Estos investigadores son los ingenieros de la Magia [...]"

Tratado de Magia Práctica.
Papus.

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