viernes, 26 de agosto de 2011

Tarot: tras las huellas del juego sagrado. Parte IV

-Migue, dice Pato si le podés tirar las cartas-, me dijo Giovanna desde el cuarto. En realidad, no habían pasado los tres meses que yo supe, desde el primer momento, debían pasar, y sin embargo, algo me decía que no estaba mal si aceptaba esa oportunidad.
-Bueno…está bien, decile que sí. Pero decile que se las tiro con el papelito al lado…

Llegamos a lo de Patricia un poco más de una hora después de su llamada. En mi morral estaban las cartas, esperando el momento preciso de salir a la luz y ser usadas por vez primera. Giovanna y Patricia conversaron sobre lugares comunes, como siguiendo una especie de ritual pactado previamente. Yo, en cambio, escuchaba la conversación, y de vez en cuando participaba emitiendo alguna risita o un “Ajá”. Estaba nervioso, aunque si me pidieran que especificara qué era lo que me ponía nervioso no podría decirlo con precisión.
Estábamos allí, en la casa de Patricia, casi tres meses después que una conversación en su casa me había impulsado a internarme en el mágico mundo del Tarot. Ya no podíamos hacer de cuenta que estábamos allí como otras veces, pues, esta vez, había una razón por la cual nos estábamos viendo: le iba a leer las cartas. Así que, luego de una breve charla preliminar, nos acomodamos en la mesa del comedor para comenzar con la tirada.
Así pues, saqué mi bolsa de tela con las cartas, y desplegué sobre la mesa una tela que había comprado para que hiciera las veces de “mantel” o tapete de las cartas. No es “necesario” para la lectura disponer de una tela o paño donde disponer las cartas. Lo que ustedes vean o no, no depende del mismo. Sin embargo, es una manera de reafirmar que eso que estamos usando, las cartas, son un objeto especial, un objeto sagrado. Como tal, merece ser tratado con cariño y respeto, y lo utilizamos sobre un paño que habremos elegido y dedicado solo para esa función, es decir, el paño de las cartas es de las cartas, y no se usará en otra cosa.
Este paño evita que los naipes entren en contacto con cualquier cosa que pudiera estar sobre la mesa donde nos disponemos a la lectura, es una señal para el consultante, sobre el carácter sagrado de lo que vamos a hacer, y nos ayuda a nosotros a concentrarnos en nuestra tarea. Por lo tanto, el color del paño es importante. Personalmente, prefiero los tonos pasteles a los tonos fuertes y brillantes. Del mismo modo, prefiero las telas naturales a las sintéticas. De todas formas, tal como les he dicho en otra ocasión, sigan su intuición. Les sugiero que vayan a la tienda de telas que prefieran, y allí vean la mercadería disponible. Sientan las texturas y observen los colores: seguramente encontrarán la tela correcta para ustedes[1].
Pues bien, desplegué el paño de las cartas, y encendí un incienso de mirra. Siempre consideré que hay dos inciensos que, para mí, son algo así como los inciensos sagrados: la mirra y el sándalo. De todas formas, he experimentado hacer lecturas utilizando otros aromas –opio, patchuli, cannabis, ámbar, lavanda-, y los resultados han sido muy buenos también.
El uso de inciensos a la hora de una lectura no es obligatorio, claro está. Personalmente, creo utilizarlos en la consulta reafirma la idea de tiempo sagrado, es decir, al encenderlo estamos dando comienzo a un tiempo, el tiempo que durará la consulta, y ese tiempo es un tiempo especial. Desde la antigüedad, quemar inciensos ha sido costumbre en las ceremonias religiosas, por lo que nuestro inconsciente capta enseguida que algo extraordinario está sucediendo, sin mencionar el poder de la aromaterapia en sí misma. De todas maneras, es conveniente antes de encender un incienso asegurarse que el consultante no es alérgico al mismo, o que simplemente no le molesta el humo pues de ser así, el clima de la consulta se vería entorpecido si el consultante está incómodo o estornudando cada cinco minutos.
Otro elemento que utilizo en mis consultas es casi de un valor ornamental, pero significativo: unas pequeñas amatista, que coloco en el borde del paño, delante del consultante. Son tres pequeñas piedritas, y las uso como si fueran los tres pilares de una muralla que se interpone entre el consultante y yo. ¿Cuál es la razón de esto? Bueno, en toda lectura de Tarot se mueven muchas energías: las del consultante, las del lector, y las de quienes sean testigos de la consulta, si es que los hay, sin mencionar las energías propias del lugar donde se realice la consulta. Por lo tanto, mi intención con las amatistas es neutralizar aquellas energías negativas que puedan rondar en ese momento, y transmutarlas, aprovechando su color violáceo.
Allí tenía mi mesa armada: el paño extendido sobre la mesa de madera, el incienso humeante, las piedritas en el borde del paño, y por supuesto, “el papelito” desplegado sobre mi pierna derecha. Pero, ¿cómo seguía la consulta? A mi izquierda, en la cabecera de la mesa, Patricia expectante, me miraba con entusiasmo, esperando que le dijera qué debía hacer para comenzar la tirada. A mi derecha, Giovanna era testigo ocular de lo que yo estaba haciendo por primera vez. Comencé a barajar las cartas, sin prestar atención a las figuras que veía pasar en cada movimiento, mientras, mentalmente, pedía que aquella lectura fuese de utilidad para Patricia y para mí. Para ella, al poder responder sus preguntas, fuesen cuales fueran; para mí, como tarotista o sacerdote, pues quien maneja lo sagrado es eso, un sacerdote. Al cabo de unos segundos, miré a Patricia y le dije: -No cruces las piernas, por favor, y cortá con la mano izquierda. Hacé tres montones. En aquellos casi tres meses, había leído sobre diferentes tipos de tiradas: tiradas generales, tiradas astrológicas, tiradas para personas ausentes, etc. Leí sobre la manipulación del mazo, cómo barajar y cómo no barajar. Leí autores que aseguran que lo mejor es que el consultante baraje las cartas; leí autores que afirman que lo mejor es que el tarotista baraje el mazo y que el consultante solo corte una o tres veces. Algunos autores enfatizan lo importante de saber la fecha de nacimiento del consultante, mientras que hay otros que sostienen que cuanta menor información mejor es el resultado final. Existen tantos maestros y técnicas como modelos de barajas en el mercado, y sin embargo, me quedo con lo que algunos pocos sugieren al final de sus textos: olvida todo lo leído, y confía.
Patricia formó los tres montones, y le pedí que eligiera uno de ellos. El que eligió fue el primero que agarré, poniendo los demás, debajo de ese montón. Y comencé la tirada.
En los libros que había consultado se mencionaban distintos modelos de lectura. Casi todos mencionaban el modelo de lectura rápida de tres cartas, para pasado, presente y futuro, en ese orden, leyendo de izquierda a derecha. La mayoría mencionaba la cruz celta, una tirada de la que hablaré luego, que en aquél entonces me resultaba compleja y un tanto confusa. Entonces, pensé en hacer algo más “simple”, por llamarle de alguna manera.
Sacando cartas de “arriba” del mazo, es decir del montón elegido por mi amiga, comencé a formar una fila de cinco cartas, dispuestas de izquierda a derecha. Debajo de esa fila, otra de cinco cartas, y así sucesivamente, hasta completar siete filas de cinco cartas cada una.
Si me preguntasen de qué autor tomé esta disposición de cartas, no sabría qué responderles, pues fue algo que realicé instintivamente. Del mismo modo, se me ocurrió leer de izquierda a derecha, y de arriba hacia abajo, es decir, de la primera fila hacia la séptima. Al ser cinco cartas, en mi interior me figuré que las dos primeras me hablaban de cosas pasadas, la del centro del presente, y las dos siguientes del porvenir. Claro está que demoré en poder dar una lectura en voz alta, pues cada carta debió ser contrastada con “el papelito”, tal como ya les mencioné. No sabría decirles qué cosas fueron las que dije en ese momento, pero sí recuerdo que Patricia me miraba con sus ojos muy abiertos, y que Giovanna se reía de a ratos como nerviosa. Es que a cada cosa que yo iba comentando, Patricia decía que así era. Para serles sinceros, aún no me acostumbro a ese sentimiento, es decir, aún hoy día, cada vez que quien me consulta me reafirma aquello que yo le estoy diciendo, no puedo evitar sonreírme y maravillarme. Son tan solo 78 cartones pintados, y sin embargo, hablan, en todo momento y en todo lugar, a todo tipo de persona. Es absolutamente, maravilloso. La tirada general me muestra cómo están las cosas hoy, y me da algunas “pistas” sobre qué temas podría buscar mayor información. En general, esta tirada me dice cosas sobra el consultante, cosas significativas: sobre su entorno, su situación sentimental, su familia directa, lo que le preocupa u ocupa sus pensamientos en el momento de la consulta.
Mi primera lectura, entonces, fue algo así como un pantallazo general sobre la vida de Patricia en el último tiempo, y sus posibilidades a futuro. Como se imaginarán, al terminar la tirada me preguntó: “¿Puedo hacer preguntas?” La tirada general, en mi experiencia, es comparable a una fotografía satelital: me muestra una situación hoy, en este momento, y me indica qué puede suceder si todo sigue como está. Porque no debemos olvidar que el destino lo hacemos cada día de nuestras vidas. Sobre el destino, volveremos más adelante. Así pues, le dije a Patricia que preguntase lo que quisiera.
-¿Y qué pregunto? ¡No sé qué preguntar!
-¿Hay algo de lo que te dije que te gustaría saber más, preguntar algo sobre eso que te dije? No sé…-le respondí.
-Bueno...sí...está bien, ya sé. ¿Te pregunto?
La mayoría de manuales sobre Tarot, recomiendan que el consultante entre en contacto con la baraja, ya sea mezclando el mazo o al menos cortando en dos o tres montones, según el gusto de tarotista. Nunca me sentí a gusto con la idea de darle el mazo al consultante, por eso me limito a pedirle que corte en tres. Pido que corten con la mano izquierda, pues es la “mano del corazón”, según algunas tradiciones. Pero son solo eso, tradiciones o gustos que cada uno de nosotros puede, o no, seguir. Ahora bien, el corte en tres con la mano izquierda es sólo válido al comenzar con la tirada. En el momento de las preguntas, el que baraja y corta soy yo.
Le pedí a Patricia que pensara o me dijera su pregunta, según prefiriese ella. Optó por decírmela, y una vez pronunciada, barajé las 78 cartas. Cuando consideré que era suficiente, corté formando tres montones, que procedí a dar vuelta en el lugar. Así, podía ver la carta que había quedado bajo cada uno de los montones, y luego, ir pasando los naipes hacia abajo, como si fuese el desarrollo de una columna, las cartas que en ese montón se encontrasen. No siempre veía todas las cartas del montón, sino las que consideraba necesarias. Al ser tres montones, utilicé el de la izquierda para el pasado, el del centro para el presente y el de la derecha para el futuro.
Así planteadas las cosas, creo que es evidente que la intuición fue la guía en esta primera experiencia. Y creo que es lo mejor que un tarotista puede hacer: dejarse guiar por su intuición. Ella nos dirá qué cosa es importante en ese momento, y nos hará reparar en detalles que en otra situación pasarán desapercibidos. Claro está que en todo momento utilicé “el papelito” para poder leer las cartas.

Continuará...

[1] Sobre el color del paño, hay quienes sostienen que el color negro no es recomendable. Otros autores, sostienen que se debe guardar al mazo de Tarot envuelto en un paño negro, pero que el paño de la tirada debe ser de un color pastel claro. Personalmente, creo que lo importante es seguir la intuición personal. Por muchos meses tuve un paño de color negro, luego decidí cambiarlo por uno violeta. En la actualidad, prefiero los paños violetas, azules o verdes antes que el negro, pero creo que eso es una cuestión de gustos. Insisto, lo mejor en estos casos es seguir la intuición y probar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario